Autor
Julio Gómez F.
¡Oh río Yaque!.
Río manso de la Cordillera,
dormido en tu lecho angosto y milenario;
tan lejano y anciano como el tiempo,
hoy pareces un enfermo
y siento que agonizas lentamente.
¡Río de mis ancestros!...
Ya no eres el mismo de ayer
cuando eras fuente de vida
de muchos pueblos que hoy solo son
la imagen de un pasado que yace
bajo el lodo de la tormenta inclemente.
Lentamente se secan tus aguas turbias
que fluyen desvanecidas
como el sudor amargo de la muerte.
Hora tras hora
languidecen contigo
indefensos labradores de la cuenca,
cansados de surquear con sus brazos sin odio
sus conucos sin pan.
El verano transcurre en silencio
y en la llanura seca año tras año sólo florece
un desaliento colectivo,
bajo un sol despiadado y sin dueño.
En tanto yo, con malicia infantil,
Sólo recuerdo aquellos días cuando
ingenuamente jugueteaba
con el sombrero de mi abuelo,
quien ya anciano
se conformaba lamiendo sobre la hamaca
el melao dulce
cuando brotaba de su trapiche legendario.
Mientras en el pueblo, por las noches,
se escuchaba una folclórica canción
entre guayo y tambora.
Río sediento y extraviado,
ansioso de escapar de la horrible sequía
que te acorrala entre la hoguera
del monte agonizante y la tormenta.
Recuerdo aquellos días lejanos
cuando eras tan sólo un manso reptil
serpenteando laderas y bohíos
perdidos campo adentro tras la serranía.
Tú eras entonces
sencillamente manso y a veces juguetón;
con tus aguas incolora,
sin malicia y profundas
como el corazón de aquellos niños
que manoseaban con ternura
tu rostro húmedo
cual vena rota y sangrante en el silencio.
No eras sólo un río manso:
Eras otra fuente de vida
de muchos pueblos agonizantes
bajo el horror de la tormenta.
Y en aquella desesperanza
parecías pactar con aquellos labradores
de azada y machete
que hoyaban las entrañas de la tierra seca
bajo un sol sin sueño y sin hora de descanso…
Ayer te vi deslizarte silencioso
entre la arena cálida del puente de madera
donde yo, inocente y entusiasta,
atraído por un olor de adolescencia,
jugaba con multitud de pececillos
multicolores de la laguna.
Sencillamente
tú eras sólo un río tímido y nostálgico
bajo los irresistibles rayos
de muchos días de calor.
Allí las mujeres y los niños del barrio
se arrojaban sin miedo
bajo tu remanso,
y nos sentíamos entonces protegidos
con tus brazos sin arrugas.
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